Hoy me miré al espejo y mi reflejo me pregunto. "¿Te acordás de los días de peluche?". Al principio lo observé extrañado; no sabia de que me hablaba. Pensé que, tal vez, me estaba volviendo loco y quise refregar mis ojos.
No pude; en mi mano, sonriente como antaño, estaba Miki; mi tigre de peluche. Era chiquito, pero seguía siendo el líder de la pandilla. Viri, su novia, una elefanta rosa que tenia un collar de madera y Panta, el panda con la remera de argentina que quería enamorar a Calra, una hipopótamo de cuerina verde que vivía abajo de mi cama.
Mi cuarto era su ciudad, ahí convivían con mis playmobil y legos, el tren a pilas daba vueltas al rededor del barco pirata, donde Peter Pan luchaba, junto a los caballeros del zodiaco, contra un Capitán Garfio que usaba un cañón de Terminator como arma. Mas allá, mis pokemones paseaban felices y libres entre los autitos y las islas de almohadones.
Todos querían a Miki y a Viri. Ellos decidían como, cuando y que jugar. Se tomaban cada momento del día para poder estar con todos en su cuidad. Buenos y malos, de peluche, plástico, metal o madera. Todos jugaban juntos y cumplían su papel en los juegos sin quejarse o enojarse; lo disfrutaban.
No había peleas, no existían el hambre ni los problemas económicos. No entendíamos de guerra y traición, nuestra América era libre, nuestras madres no extrañaban a sus hijos y nuestra música movía montañas y cambiaba el mundo. Podíamos volar, soñar y creer, sin que ningún dedo nos acusara. Eramos libres de gritar a todo pulmón "Soy Feliz" y todos festejaban a la vez.
Eramos libres, justos y graciosos. Mis juguetes y yo eramos iguales, vivos, alegres y pacíficos. Esa era nuestra utopía, ese era el mundo que queríamos.
Queríamos un mundo de peluche... Perdón, me corrijo... Quiero un mundo de peluche.
Mi reflejo me regalo una sonrisa amplia y sincera. Nos miramos con los ojos empapados en aquellos recuerdos y desde ese rincón sincero e inocente de nuestra infancia nos dijimos.
"Vamos a jugar una utopía"
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