Desperté cayendo, miraba hacia arriba y veía esa enorme boca que me gritaba. “Abrí
los ojos cuando estés adentro”. No vi hacia donde caía, solo se que era otro
lugar. Cuando finalmente sentí que era el momento, abrí mis ojos.
Ahí estabas,
dormías cómodamente apoyada en mi almohada. El aire de tu respiración
acariciaba y bailaba entre los pelos de mi barba y entonces sucedió; lo comprendí
al fin.
Significabas
tanto.
Vi la
silueta de tus ojos, esa perfección con la que tus parpados encerraban esos
hermosos tesoros, para que nadie los robe por la noche.
Recorrí con
mi mirada la silueta de tu cara y supe que sonreías, porque aquel simpático
orzuelo se formo en tu mejilla. Deslice mi vista por el contorno de tu mandíbula,
como danzando libre hasta llegar a tu mentón.
Allí
estaba, volví a encontrarlo como mil otras veces; ese pequeño lunar. Ese diminuto
punto en tu cara que me decía a cada momento, “en los detalles esta el secreto
de la belleza”. Mis ojos se sintieron atraídos a tu boca, a su color, a sus
formas, al delicado contorno, ese que es levemente más suave de la piel en la
parte externa, como un delineado natural para la más hermosa creación.
Tu nariz,
esa forma perfecta para enmarcar en medio de tan hermosa obra de arte como tu
rostro, que a la vez hace más dichosa la vista de la obra completa. Tu frente parecía
brillar a la luz de la luna que entraba por la ventana, y allí encontré el
otro, ese segundo lunar pequeño adornando tu cara, ese que me decía que “siempre
deben ser dos las partes, nunca solo una, la belleza solo es posible cuando dos,
obran juntos.” Volví a tus ojos y me deje descansando los míos en tus sueños.
Un mechón de cabello se deslizo suave desde tu frente y se deposito sobre un lado de tu nariz. Mis dedos tímidos se movieron suavemente. Tomaron el cabello, acomodándolo por detrás de tu oreja, permitiéndome contemplar la perfección de tu rostro. Mi mano descendió suave a depositar una caricia.
Un mechón de cabello se deslizo suave desde tu frente y se deposito sobre un lado de tu nariz. Mis dedos tímidos se movieron suavemente. Tomaron el cabello, acomodándolo por detrás de tu oreja, permitiéndome contemplar la perfección de tu rostro. Mi mano descendió suave a depositar una caricia.
Una fracción
de segundo, un movimiento involuntario del cuerpo para humedecer el ojo. Una fracción
de segundo y otra ola me golpeo; no eras perfecta, ni tan hermosa, eras vos. Eras
real, autentica, única, con fallas y virtudes. Tus formas y colores eran tuyos,
eran reflejo de tu alma. Eras libre y pedías que yo pudiera ser libre a tu
lado. Una sonrisa amaneció en mis labios, involuntaria, pura y sincera.
La caricia cayó
solitaria sobre la tela fría de la almohada. Y los ojos se abrieron para verla allí,
temblando por la soledad. Volvieron a cerrarse violentamente, pero esta vez
para evitar que la humedad excesiva salga. La boca se abrió para pronunciar el
ruido sordo de ese adiós, ese que no estaba lista para decir.
“Abrí los ojos cuando estés adentro. En los detalles esta la belleza. Siempre deben ser dos las partes, nunca solo una, la belleza solo es posible cuando dos, obran juntos.”
“Abrí los ojos cuando estés adentro. En los detalles esta la belleza. Siempre deben ser dos las partes, nunca solo una, la belleza solo es posible cuando dos, obran juntos.”
Era tan
simple… solo ser libre.
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